viernes, 28 de setiembre de 2007

TAN SOLO ESCRIBO PARA DAR LAS GRACIAS

Nací en un mediodía de setiembre
cuando en el Sur el tiempo es primavera,
cuando se anima el sol y se levanta
cansado y remolón, de tanta siesta.
Tuve paz, tuve amor, tuve familia,
mi madre fue mujer valiente y buena,
mi padre fue varón bueno y valiente;
ambos me dieron decisión y fuerza.
Tuve la suerte de tener hermanos
y aunque nunca faltaron las peleas
somos aún un cuerpo que defiende,
leal y solidario, sus fronteras.
Tuve una infancia como cualquier otro,
entre la fantasía y la inconsciencia;
recuerdo que jugaba desde niño
con las manos tenaces de mi abuela.
Tuvimos, unas veces, vino y carne,
otras veces besamos la pobreza,
un tiempo anduve en carro y muchos años
tuve que andar a pie o en bicicleta.
Fui como todos, fui como ninguno,
jamás me acompañó la buena letra
y fui, por hablador y distraído,
una queja común de las maestras.
Me salvaban las notas, los guarismos,
los números que honraban mi libreta,
¡aunque yo me aburriera como un hongo
al “ma-me-mi-mo-mu” y su cantaleta!
Crecí bastante más de lo debido
y pronto comenzaron con las dietas,
con los dulces prohibidos, con las pastas
“que no debes comer, porque te aumentan”.
Me dijeron “camina” y caminando
compartí parques, plazas y veredas,
primero con mi padre y de repente
con muchachas que son viejas ausencias.
Con audacia, victorias y fracasos,
llegué sereno hasta la adolescencia
y supe que el amor se viste, a veces,
de esa amiga que tiene lindas piernas.
Anduve con amigos de los cuales
conservo a los mejores, sin urgencias,
pasamos por los mismos desafíos
y compartimos lágrimas y piedras.
Conocimos mujeres para el rato,
unas en alquiler, otras en venta,
y dijimos mentira tras mentira
tan solo por un beso, ¡qué inocencia!
Nos lo jugamos todo en la partida
—que todo es nada cuando se comienza—,
y empezamos a hacernos un camino
a paso lento, sin pensar siquiera.
Cuando se es joven nunca pasa el tiempo,
lo mismo da verano o primavera,
se avanza sin volver atrás la cara,
sin extrañar las cosas que se dejan.
Nunca supe si estuve enamorado,
si fueron ilusiones o luciérnagas,
si alguno de los tantos abandonos
pudo llamarse amor, a ciencia cierta.
Sin embargo las quise como nadie
jamás en su existir podrá quererlas,
los otros se llevaron las caricias,
yo me robé su fe, simple y primera.
Un día le escribí algunas palabras
a la que entonces era la más bella,
alguien lo supo, comenzó a burlarse,
y desde entonces dicen: “es poeta”.
Estudié abogacía por un lustro,
soy bachiller en leyes —sin ofensa—
decidí no ejercer la vez que supe
que la justicia se encontraba en venta.
Me volví profesor porque a los veinte
la mala paga del docente es buena,
y vi la luz de tantos maniatados
tras la ferocidad de una carpeta.
En ellos aprendí ganas, coraje;
valor y voluntad, aprendí en ellas;
mis alumnos le dan vida a mi vida
y una alegría insospechada, inmensa.
También he publicado algunos libros
que unos cuantos leyeron con paciencia,
y he descubierto que la vida tiene
algo de cierto y mucho de novela.
Tengo a mi lado una mujer que existe
sobre las olas de cualquier anécdota,
con un alma sencilla y generosa,
con pasión, voluntad e inteligencia.
Tengo una patria que no se limita
a la vulgaridad de las banderas
y una ciudad sin cielo a la que extraño
porque en ella nací, y ella me espera.
Tengo familia, amigos, libertad,
tengo tres perros y una biblioteca,
un corazón que late todavía,
un sueño, una emoción y algún poema.
Le debo tantas cosas a los tantos
que fueron guías, brazos, centinelas,
y soy mal pagador; pido disculpas,
siempre fui torpe cancelando deudas.
La vida es un hermoso sinsentido
y es dándole sentido que se eleva,
nos consuela, nos da, nos eterniza
y nos redime de nuestras miserias.
Tan solo escribo para dar las gracias
a todos, por su tiempo y su paciencia,
porque son cómplices en el milagro
de querer y querer y que me quieran.

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