domingo, 23 de setiembre de 2007

¡VIVA MÉXICO!

Más allá de cualquier experiencia desagradable con algunos gendarmes, México es su gente y su gente es cordial, simpática, afectuosa. Si bien es muy pronto para hablar de entrañables amistades, no lo es para decir que, una vez hechas las presentaciones, puedes hallar gente cordial y amable dispuesta a darte una mano, aconsejarte dónde comprar, guiarte por las laberínticas calles del DF o, sencillamente, explicarte la mejor manera de preparar unos chiles rellenos.

Michelle y Luis son nuestros vecinos. Vivimos, “pared por medio”, en el mismo condominio y son personas sumamente cordiales y amigables. Cuando nos invitaron a su casa “a dar el grito” (y no piensen barbaridades), me pareció una ocasión fascinante para ser testigo de cómo celebran los mexicanos sus fiestas patrias.

Lo que se conmemora el 15 de setiembre es el comienzo del proceso revolucionario que empezó con el movimiento anti-bonapartista liderado por el famoso cura Hidalgo en el pueblo de Dolores, cuando éste, alertado por la mujer del Corregidor, la famosa conspiradora Josefa Ortiz de Domínguez, se apresuró a ejecutar los descubiertos planes sediciosos y, en la misa del amanecer del 16 de setiembre 1810, instó al pueblo a alzarse en armas al grito de “¡Viva la Virgen de Guadalupe!, ¡abajo el mal gobierno!, ¡viva Fernando VII!” (porque eso del “¡Viva México!, tres veces repetido o el muy famoso “¡Mueran los gachupines!” fueron agregados posteriores, pues “México” solo se llamó así después de la independencia y la proclama del sacerdote no era independentista sino contraria a la invasión napoleónica a España). Todo esto lo averigüé navegando en Internet para no llegar completamente desinformado a la reunión que prometía ser, según nos dijo Michelle, muy emocionante.

No se equivocó. En la casa estarían media docena de familias y una docena de chiquillos entre pocos meses y catorce años, todos vecinos del mismo lugar. Estaban allí los púberes, armando un desbarajuste impresionante, yendo y viniendo, correteando; los chicos jugando fútbol en el patio, las chicas haciendo coreografías con unas canciones que no conocía. Me impresionó ver a todas las niñas vestidas con trajes típicos, unas de “chinas poblanas” otras de “adelitas” (la legendaria heroína de la revolución mexicana).

La reunión estuvo animada, una de esas reuniones de barrios donde cada cual lleva algo, todos llevan de más y hay comida, bebidas y alcohol para los próximos tres fines de semana. Las horas pasaron entre el estruendo de la música adolescente y las conversaciones a todo pulmón que manteníamos entre los adultos y que giraban, dignas de la fecha, entre los temas políticos y los históricos, sazonados, evidentemente, por la chismografía farandulesca y las últimas ocurrencias dentro del condominio. Luego de los “piqueos” de ley (que acá se llaman “botanas”) escuché el melifluo canto de sirena de Michelle que anunciaba “pasen a la mesa, la comida está lista” y empezamos a degustar una serie de platos típicos mexicanos (tópico del que me ocuparé en otra ocasión).

Estábamos en plena faena alimenticia cuando alguien dijo “ya son las once menos cinco” y, como si fuera una orden militar, todos se pusieron de pie y se dirigieron hacia el televisor que había en una salita de estar donde hasta hacía un minuto los chicos menos chicos veían no sé qué canal que transmitía estridentes videos musicales. Cambiaron a otro donde se veía la transmisión en vivo desde “el zócalo”, la plaza de armas del Distrito Federal, atestado de gente, colorido, lleno de luces y banderas mexicanas y donde miles de personas se apretujaban frente al palacio de gobierno.

Todos aguardaban la aparición del presidente. La guardia de honor fue en su búsqueda, el mandatario salió al encuentro de los uniformados y, tras los saludos de rigor, el comandante general del ejército mexicano, tomó en sus manos el estandarte que empuñaba la guardia y se dirigió a paso firme hacia un balcón. En la salita donde estábamos el silencio era respetuoso, alrededor del televisor nos encontrábamos todos los que allí habíamos ido y nadie, ni los más chicos, decían nada, mirando arrobados cómo el presidente salía a encontrarse con la gente que desbordaba la plaza.

Encaró al público y repitió la arenga que —históricamente cierta o no— se ha venido repitiendo por todos los presidentes mexicanos desde hace décadas. La arenga que en cada plaza de la república es lanzada también por los gobernadores y por los alcaldes, la arenga que se pronuncia en las embajadas de cualquier rincón del mundo y en cualquier lugar donde un grupo de mexicanos se reúna en nombre de su patria. Cada uno de los tres “¡Viva México!” que lanzó el presidente retumbó en la sala donde me hallaba, multiplicado por los gritos unísonos de todos, grandes y pequeños. Inmediatamente una banda comenzó a tocar y el “Mexicanos, al grito de guerra” inundó la habitación, no era el sonido que salía de los parlantes de la televisión, no, era el Himno Nacional de México cantado a todo pulmón, orgullosamente, por todos lo que allí me acompañaban y, como “el rugir del cañón” que en la letra se menciona, la canción lo inundó todo y lo fue todo, niños y adultos, invadidos por un fervor que, lamentablemente, jamás vi en mi país, cantaban con el mismo entusiasmo, con las mismas ganas, con el mismo amor por su patria. Cuando el presidente, que solo entonó la primera estrofa, se retiraba, en el cuarto donde yo escuchaba a mis vecinos con emocionada sorpresa, todos continuaron cantando el himno con unción y respeto, con vigor y coraje, sin miedo ni vergüenza. Solo al terminar, cuando ya hacía rato que el presidente había abandonado el estrado, alguien gito “¡Viva México!” nuevamente y todos le respondieron.

Y nada más, la noche continuó como todas pero mi mirada ya no pudo ser la misma. Quedé sorprendido y admirado del fervor que vi, no sólo en todas las plazas de México a través de la televisión sino allí, en vivo, donde me encontraba rodeado de personas comunes y corrientes que, dejando de lado sus discrepancias políticas, se sentían, esa noche y, sobre todas las cosas, mexicanos.

¿Cuál es el límite entre la identidad y el fanatismo?, ¿dónde debe trazarse la raya que separa a los que viven orgullosos de ser quienes son de los que matan porque creen que lo que son es lo único que se puede ser? No lo sé, sólo sé que esa noche fui testigo de una fiesta de armonía, de afecto, de amor por la patria y de respeto por las tradiciones, esas viejas tradiciones que, al final del día, nos forman como miembros de una comunidad.

Sí, talvez mañana todos vivamos orgullosos de ser hijos de la tierra y hermanos de la misma vida —efímera pero maravillosa— que nos toca, talvez mañana las fronteras sean solo malos recuerdos y los himnos patrios sean reemplazados por un gran himno que nos congregue a todos como miembros de la misma comunidad humana, talvez. Mientras tanto, en medio de tiempos negros, cuando la solidaridad se ha convertido en una mala palabra, ver a los mexicanos reunidos amorosa y orgullosamente alrededor de su historia, ha sido una experiencia inolvidable.

2 comentarios:

Pandora dijo...

Estimado José Luis... He llegado a sus letras por recomendación de una amiga entrañable que también es Peruana, como ud. Había tenido la oportunidad de leer su Blog "El entrometido", y hurgando precisamente ahí fue como tuve la suerte de encontrar éste.
He pasado una tarde muy agradable conociéndole a Ud., enterándome de sus vicisitudes en nuestro amado México.
Me ha gustado sobremanera su escrito referente al Grito de Independencia. Reflejó puntualmente lo que sentimos los mexicanos, chicos y grandes por igual, al celebrar las Fiestas Patrias. Fue divertido e ilustrativo mirar el festejo a través de sus ojos.
Sus letras envuelven y es difícil dejar de leerle, y cuando ya no queda nada más por devorar, prevalece el deseo de rogarle que siga usted compartiendo sus cotidianeidades.
Gracias!!

José Luis Mejía dijo...

Hola Pandora, le agradezco a mi compatriota por haberte recomendado mis blogs. "El Entrometido" es una especie de divertimento en el cual me coloco frente a los límites de la décima y pretendo comentar, a veces de manera jocosa, otras veces más serio, las mil y un noticias -absurdas casi todas- que inundan la red. "Desde Texcoco" es un blog (que tengo un poco abandonado) en el cual cuento un poco de lo que me sucede y de lo que veo en este México "lindo y querido" que ahora habito.
Me alegra que te gustaran mis escritos y me halaga lo que me dices, mil gracias.
Tienes mis correos y te invito a seguir escribiéndome, siempre es bueno intercambiar opiniones y experiencias.
Saludos,
JL