lunes, 25 de febrero de 2008

JIS 1

Cuando mis circunstancias cambiaron (Ortega y Gasset tenía razón), le escribí a mi gran amigo Eddie preguntándole si, en su experiencia de más de veinte años en colegios internacionales, creía que era posible que alguna escuela, en alguna parte del mundo, me contratara. Eddie, que es argentino, sabe que los latinoamericanos (salvo ellos, los porteños) somos, en el fondo, tímidos y provincianos, así que empezó por decirme que tenía suficientes estudios y experiencia para tentar un trabajo, "tenés que venderte con confianza", y me dio el correo de Sally, "¿la recordás?, ella fue la consejera que yo reemplacé en el colegio, escribíle y contále de tus nuevas circunstancias, mandále tu currículum, supongo que tenés uno, ¿no?". Y, claro, tenía uno interminable, muy latino, con exceso de datos, fechas y contactos. "Nadie va a leer ese testamento, tenés que hacer uno sencillo, que se lea fácil y rápido; te mando el mío, usálo de base", y así empezó el baile.

Le escribí a Sally, claro que me acordaba de ella y, felizmente, que ella se acordaba de mí, recordó perfectamente las producciones que realicé con el Club de Teatro en Español y se alegró mucho cuando supo que Adrián (el primer actor que tuve y de quien ella había sido la consejera) fuera hoy, diez años después, el nuevo director del Club. Me animó a inscribirme en la empresa y así lo hice.

Entusiasmado, aunque con más dudas que certezas, me inscribí en la empresa donde trabaja Sally; algo así como "buscando socios", una asociación que fue fundada hace ya varios años por John Magagna, quien luego de muchos años trabajando en el circuito internacional decidió crear esta institución dedicada a conectar a los cientos de colegios internacionales alrededor del mundo con los miles de profesores que se animan a esta vida trashumante del expatriado.

Ingresé a la página y le di inicio al proceso, así, poco a poco, fui reinsertándome en este alucinado mundo de los colegios internacionales, un mundo fascinante, lleno de oportunidades y, a veces, solitario. Si bien yo había trabajado en uno en Lima (el FDR; que en este mundo todo es siglas, como ASAP, FYI, TGIF o el delicioso BTL, y muchos de los colegios se reconocen y se identifican a través de ellas), allí había sido "local" (peruano contratado en el Perú) y miraba a los "extranjeros", y sus vidas de eternos viajeros, como algo tan extraño a mí que jamás pensé que me fuera a hallar algún día en esa situación. Cuando los veía recordaba un viejo poema de Chocano ("Hace ya diez años / que recorro el mundo. / ¡He vivido poco! / ¡Me he cansado mucho!") y ni en mis más alucinados sueños me vi atravesando los límites de las viejas murallas dentro de las cuales los conquistadores protegieron la virreinal "Ciudad de los Reyes de Lima" de piratas y corsarios, sediciosos y rebeldes.

Lo cierto es que me encontraba llenando un formulario que sería un paso más hacia la emancipación, la independencia y la vida errante. Frente a la pantalla de la computadora, si uno tiene ciertos conocimientos del manejo de estos aparatos, el asunto es sencillo pero trabajoso; hay que ser un poco obsesivo para que las cosas caminen rápido y, felizmente en eso, no tengo mayores inconvenientes.

Primero es preciso completar el formulario electrónico (que parece interminable) en donde, datos más o menos, transcribirás, recuadro por recuadro, toda tu vida académica y laboral. Una vez terminada con la inscripción se te asigna una cuenta y una clave y el engranaje empieza a poner en movimiento una inmensa e invisible maquinaria. Después hay que enviarles sendos correos a tus antiguos jefes y algunos padres de tus ex alumnos y pedirles que ingresen a una página web donde se les solicitará que evalúen al profesor. Claro, lo alarmante del asunto (para quien pide el favor) es que es una evaluación ciega para uno, es decir, el sistema te dice "este correo es para informarle que Juan Pérez acaba de terminar su evaluación" pero no tienes idea de qué dijo Juan (claro, este es el momento en que resulta conveniente haber sido, al menos, medianamente efectivo, responsable y decente).

Quién sabe la obtención de las evaluaciones es lo más estresante del proceso, por dos razones; la primera, uno no tiene idea de quién va a responder a tu solicitud y, la segunda, uno nunca sabrá qué van a decir los que te evalúen (a eso agréguenle que yo, por esto de mi cambio de circunstancias, di inicio al proceso muy tarde, en enero, cuando febrero es "el mes" y mucha gente viene desarrollando el proceso desde tres o cuatro meses atrás).

Debo confesar que tuve suerte. La Asociación pide tres referencias de ex jefes y dos de padres de ex alumnos, entonces, conocedor del famoso 30% de respuesta positiva que tienen las convocatorias e invitaciones, envié quince correos pidiendo a igual número de personas que me hicieran el favor de ingresar a Internet, llenar el formulario, imprimirlo y enviarlo, firmado, por fax o por correo aéreo a las oficinas de la Asociación en Pennsylvania. Para mi sorpresa y alegría, seis personas lo hicieron en menos de veinticuatro horas, a los pocos días ¡todos habían respondido! (tanto que Sally me escribió un correo y me dijo que corría el riesgo de "abrumar" a los reclutadores con mis recomendaciones). Como ya está dicho, ignoro y siempre ignoraré qué dijeron de mí los que me evaluaron, sólo sé que siempre les agradeceré su buena voluntad y su interés (además, al parecer, por lo que vino después, fueron más que generosos conmigo).

Terminada esta parte del proceso, verificadas las identidades, cruzada la información, teniendo la certeza de que yo era yo y mis evaluadores válidos, se me dio la luz verde; hice un pago de derechos (mínimo, para las posibilidades que te abre) y obtuve acceso a una inmensa base de datos en donde pude echarme a buscar (el programa es sencillo y amigable) todos aquellos colegios internacionales que buscaban un profesor de español. Además, recibí la invitación de Sally para participar en una de las ferias más grandes que se realizan, en Cambridge (Boston, USA).

El proceso tomó entonces dos rumbos, uno, el práctico del viaje (pasajes, reservaciones, contacto con ex alumnos míos que están viviendo en Boston, ropa abrigadora, pasaporte) y, otro, el referente al mismo hecho de buscar trabajo. Unos cuarenta colegios, diseminados por los cinco continentes, necesitaban profesores de español, pero el asunto se complicaba un poco. Muchos de ellos pedían docentes que pudieran enseñar simultáneamente español y francés o alemán, o profesores que aceptaran trabajar por tiempo parcial o, sencillamente, habían decidido no acudir a la feria de Cambridge porque ya tenían planeado asistir a otras de la más de una decena de las que la empresa organiza por todo el globo. Descartados todos los imposibles (porque ni a Nietzsche ni a Baudelaire los puedo leer en sus lenguas nativas, ni es posible sobrevivir solo en el extranjero con un trabajo "por horas", ni tenía tiempo ni presupuesto para irme a Londres, Estambul o Sidney), envié como dos docenas de correos diciendo quién era, cuál era mi experiencia y solicitando una entrevista en Boston. Pocos respondieron ("no te alarmes", me dijo Sally, "en estos tiempos los reclutadores están viajando y haciendo contratos y muy pocos tienen tiempo de responder correos, esto es solo exploratorio, lo importante sucede en Cambridge"), es más, en el boletín diario de la Asociación que cada mañana llegaba a mi casilla electrónica podía ver, con no poco desaliento, cómo algunos cupos se iban cerrando y cómo, ya fuera por ferias anteriores a la de Boston o porque se hacían contactos directos entre profesores y reclutadores, muchos colegios iban retirando sus vacantes ("no hay de qué preocuparse", insistió Sally con una paciencia de santa, respondiendo todos los correos que mi neurosis le enviaba, "siempre es así, hay vacantes que se cierran y otras que se abren, ten confianza y no te alarmes…").

No me alarmé; esperé. Esperé y esperé, esperé como en las películas, y las semanas fueron ferozmente lentas y los días se hicieron odiosamente interminables. Pasó el tiempo, porque indefectiblemente pasa, y solo cinco o seis colegios respondieron confirmando su intención de verme o diciéndome que yo no me encontraba "dentro del perfil" de la institución (y Sally allí, "no te desanimes, es normal" y Eddie allí, "tú pensá en la feria, vendéte bien, y vas a ver que le vas a interesar a más de uno").

Cuando subí al avión, cargando veinte copias de mi currículum, con mi veintiúnico terno recién planchado y con abrigo suficiente para sobrevivir un invierno en la Siberia, no tenía la menor idea de lo que iba a suceder en los próximos días.